''La gente normal se podía morir''. Ese fragmento aparece en una de las letras compuestas por un cantautor a quien admiro profundamente, y razón no le falta. Quién tuviera testículos --o en su defecto, ovarios-- para explicarme qué sentimos las personas cuando hablamos mal de alguien ajeno. Yo la primera. Comer sacia el hambre; beber, la sed, e incluso la mayoría de quienes nos hacemos llamar personas sabemos que el sexo es una medida que satisface el deseo sexual. Pero, ¿verdaderamente recibimos algún beneficio haciendo crítica --simplemente por hacerla, vaya-- de el sujeto que tenemos a dos metros o incluso de nuestro ''amigo''?
A propósito, esto último resulta un tanto paradójico, porque si supuestamente es nuestro amigo, no deberíamos hablar mal de él. Será, entonces, que para nombrarlo no deberíamos tampoco olvidar el determinante ''supuesto'' para después denominarlo amigo. ¿Me equivoco?
Volviendo a lo anterior, y autocontestándome, no. No me divierto más criticando a éste o al otro, tampoco sacio el hambre o la sed --valga la redundancia-- ¡y ni siquiera experimento un placentero orgasmo! Pero sí que hay algo que encubro sacando a la luz las equivocaciones y defectos de los demás: mis propios errores. Nos cuesta admitir que hemos actuado mal o que hay algo en nosotros que no nos simpatiza especialmente, ¿eh? ¡Qué valientes y qué necios! Qué agudeza para intervenir y entrometernos en la vida de Pepe y qué hipocresía para fingir que te alegras de lo feliz que ves a Lola, cuando en realidad lo único que sientes es envidia. Mentira, ¡un engaño todo!
El diagnóstico de nuestro comportamiento es fácil de adivinar: falta de madurez. Dejemos por un instante, pero sin llegar a tolerarla, esa actitud en el caso de los jóvenes; pero, ¿qué ocurre con quienes tienen en su etiqueta de denominación asignado el nombre ''adulto''? ¡También ellos critican al ajeno y ponen tapujos a sus ''desvirtudes'', cuando, por regla general, deberían ser más maduros y correctos! Pero no, claro, para destacar nuestros dones todos sacamos el capote y la espada y ¡venga, a por el inocente!
Rescatemos nuevamente la actitud juvenil y adhirámosla a la actitud del ''conjunto sociedad''. Podemos aprender a ser mecánicos, podemos llegar a ser profesores, y también podemos formarnos como buenos médicos. Pero, un detalle: ¿dónde podemos obtener el título de persona? Solemos quedarnos en ''gente''. Por más que busco, no encuentro tal ''lugar''. La madurez del individuo reside en cada uno de nosotros, florece en uno mismo, y la posibilidad de que desarrolle está en manos del tiempo. Siento impotencia y coraje, pero al a vez lástima, de quienes no hemos conseguido, ni conseguiremos, --nadie está libre de que le ocurra-- evolucionar al estado de ser humano (al fin y al cabo, pensar es lo que nos diferencia de los demás seres vivos. Pensar en hacer las cosas bien. Pensar en ser persona).
Rescatemos nuevamente la actitud juvenil y adhirámosla a la actitud del ''conjunto sociedad''. Podemos aprender a ser mecánicos, podemos llegar a ser profesores, y también podemos formarnos como buenos médicos. Pero, un detalle: ¿dónde podemos obtener el título de persona? Solemos quedarnos en ''gente''. Por más que busco, no encuentro tal ''lugar''. La madurez del individuo reside en cada uno de nosotros, florece en uno mismo, y la posibilidad de que desarrolle está en manos del tiempo. Siento impotencia y coraje, pero al a vez lástima, de quienes no hemos conseguido, ni conseguiremos, --nadie está libre de que le ocurra-- evolucionar al estado de ser humano (al fin y al cabo, pensar es lo que nos diferencia de los demás seres vivos. Pensar en hacer las cosas bien. Pensar en ser persona).
Si escribo todo ésto es por varias razones. La primera es que he vivido de primera mano la crítica sin motivo hacia mi persona, y ello me ha hecho sentirme mal, aun ignorándolo en la medida de lo posible. La segunda es que me he cerciorado de ésto: ya puedo empezar a sentirme culpable por todas las ocasiones en las que he hablado --también las que hablo y hablaré-- de otra persona para hacer crítica sobre ésta. Crítica destructiva, ¡que nos encanta! Y tercera y última: aunque a veces me dé cuenta de mis errores y rectifique, ese valor prevalece en mí ''cogido con alfileres'', como diría un conocido, y lo que pretendo expresándome y disfrutando del ejercicio de mi libertad es ''coserlo a máquina'' para que nunca se escape.
Yo, considerándome una entre la gente, también podría morir; pero puesta a elegir, moriría como ingnorante para nacer y vivir como persona.