jueves, 30 de diciembre de 2010

Escrito estaba. Y olvidado también.

''La gente normal se podía morir''. Ese fragmento aparece en una de las letras compuestas por un cantautor a quien admiro profundamente, y razón no le falta. Quién tuviera testículos --o en su defecto, ovarios-- para explicarme qué sentimos las personas cuando hablamos mal de alguien ajeno. Yo la primera. Comer sacia el hambre; beber, la sed, e incluso la mayoría de quienes nos hacemos llamar personas sabemos que el sexo es una medida que satisface el deseo sexual. Pero, ¿verdaderamente recibimos algún beneficio haciendo crítica --simplemente por hacerla, vaya-- de el sujeto que tenemos a dos metros o incluso de nuestro ''amigo''?
A propósito, esto último resulta un tanto paradójico, porque si supuestamente es nuestro amigo, no deberíamos hablar mal de él. Será, entonces, que para nombrarlo no deberíamos tampoco olvidar el determinante ''supuesto'' para después denominarlo amigo. ¿Me equivoco?
Volviendo a lo anterior, y autocontestándome, no. No me divierto más criticando a éste o al otro, tampoco sacio el hambre o la sed --valga la redundancia-- ¡y ni siquiera experimento un placentero orgasmo! Pero sí que hay algo que encubro sacando a la luz las equivocaciones y defectos de los demás: mis propios errores. Nos cuesta admitir que hemos actuado mal o que hay algo en nosotros que no nos simpatiza especialmente, ¿eh? ¡Qué valientes y qué necios! Qué agudeza para intervenir y entrometernos en la vida de Pepe y qué hipocresía para fingir que te alegras de lo feliz que ves a Lola, cuando en realidad lo único que sientes es envidia. Mentira, ¡un engaño todo!
El diagnóstico de nuestro comportamiento es fácil de adivinar: falta de madurez. Dejemos por un instante, pero sin llegar a tolerarla, esa actitud en el caso de los jóvenes; pero, ¿qué ocurre con quienes tienen en su etiqueta de denominación asignado el nombre ''adulto''? ¡También ellos critican al ajeno y ponen tapujos a sus ''desvirtudes'', cuando, por regla general, deberían ser más maduros y correctos! Pero no, claro, para destacar nuestros dones todos sacamos el capote y la espada y ¡venga, a por el inocente!
Rescatemos nuevamente la actitud juvenil y adhirámosla a la actitud del ''conjunto sociedad''. Podemos aprender a ser mecánicos, podemos llegar a ser profesores, y también podemos formarnos como buenos médicos. Pero, un detalle: ¿dónde podemos obtener el título de persona? Solemos quedarnos en ''gente''. Por más que busco, no encuentro tal ''lugar''. La madurez del individuo reside en cada uno de nosotros, florece en uno mismo, y la posibilidad de que desarrolle está en manos del tiempo. Siento impotencia y coraje, pero al a vez lástima, de quienes no hemos conseguido, ni conseguiremos, --nadie está libre de que le ocurra-- evolucionar al estado de ser humano (al fin y al cabo, pensar es lo que nos diferencia de los demás seres vivos. Pensar en hacer las cosas bien. Pensar en ser persona).
Si escribo todo ésto es por varias razones. La primera es que he vivido de primera mano la crítica sin motivo hacia mi persona, y ello me ha hecho sentirme mal, aun ignorándolo en la medida de lo posible. La segunda es que me he cerciorado de ésto: ya puedo empezar a sentirme culpable por todas las ocasiones en las que he hablado --también las que hablo y hablaré-- de otra persona para hacer crítica sobre ésta. Crítica destructiva, ¡que nos encanta! Y tercera y última: aunque a veces me dé cuenta de mis errores y rectifique, ese valor prevalece en mí ''cogido con alfileres'', como diría un conocido, y lo que pretendo expresándome y disfrutando del ejercicio de mi libertad es ''coserlo a máquina'' para que nunca se escape.
Yo, considerándome una entre la gente, también podría morir; pero puesta a elegir, moriría como ingnorante para nacer y vivir como persona.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Para dar un paseo.

Como en un circo, es cruzar una cuerda atada en los aires, de extremo a extremo, subido en un monociclo. Comienzas la andada con esa ilusión de la primera vez, hasta que caes. Vuelves a subir por una escalera, peldaño a peldaño, y mientras tanto inventas la manera de recorrer algo más de cuerda que la vez anterior.

De repente, te das cuenta de que sólo falta un metro para alcanzar el otro lado. Una pedalada, tal vez. La más dura. Aquí entra en juego la paciencia, la meticulosidad, y el valor. Sobre todo el valor. Si no crees que puedes llegar hasta el final, vuelves a caer. Y aquí dudas en si volver a empezar merece la pena o no. Muchas caídas ocasionan dolor, y también te cansas de sentirlo.

Sólo si, con el mismo cuidado que has conseguido llegar hasta donde estás, y aplicando ese mínimo de esperanza, llegas al otro lado, cruzas la dificultad, sentirás que puedes volver a hacerlo una vez más.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Quizá externamente ininteligible.

      Y para que no quedara evidenciado lo no probado, decir que tal vez a partir de ahora se vea lo no esperado; llegue la decepción, la tristeza y... ¿el rencor? (muy cobarde este último para aparecer, pero nunca se sabe). Mirar, sonreír y bajar la cabeza; un hecho. Tal vez ahora sea tan sólo mirar y bajar la cabeza...
      Un cuarto sin testigo alguno, sólo dos implicados. Una canción que evoca el momento y frena el querer cambiar de aire, ahora. Nostalgia de saber que existe un haber, pero no un poder. Y el miedo que acarrea un perder, por supuesto. Tan sólo el esperar tiene cabida. Esperar para ver si el sentimiento de unión es eso que llaman... no recuerdo cómo. O simplemente afecto inmenso. Pero mientras tanto, lo ajeno, por ambas partes, también fluye. Para desgracia de algunos, lo coherente suele ocurrir en circunstancias indispuestas para cohesionar.
      A pesar de ello, saber de uno, y saber de otro, a veces se encuentran de espaldas; y de frente. Y a partir de ahí, como buscando guerra, penetra lo inexplicable.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Del recuerdo y... ¿para el recuerdo?

      Hace algún tiempo, recuerdo que tenía esa ilusión por escribir cualquier producto que mi inocente imaginación me proporcionara. Ahora, sin embargo, cada vez que intento obtener el resultado de la búsqueda, en mi interior, de sustancia propia, útil e inteligente sobre la cual escribir, lo único que siento es frustración. Frustación porque recuerdo que antes escribir me encantaba y hacerlo me hacía sentirme realmente bien. Frustación porque ahora me gustaría poder hacerlo, pero todo lo que vierto me parece basura.
      No es que sienta menosprecio propio. Tal vez esa sensación se deba a que cada vez tengo mayor curiosidad por descubrir grandes genios del arte de la palabra. El hecho de encontrarme con algunos de ellos, y de quedar fascinada por sus obras, me hace exigirme a mí misma siempre más de lo que en el momento puedo plasmar.
      Pero y, ¿entonces, qué debo hacer? Esperar. ''Quien algo quiere, algo le cuesta''. Cierto es y un hombre a quien tengo por sabio (en la medida en que lo es), me hizo verlo así. Realmente quiero poder llegar a escribir algún día, pero hacerlo sintiéndome satisfecha. No, no quedará para el recuerdo.
    

Fragmento de ''El viaje íntimo de la locura''

A todo aquel que tenga por burro a la persona de la cual resurgió tal historia:

«El hombre es el único animal que necesita escribir su historia para poder recordarla. Cuando nace no sabe absolutamente nada. Moriría si no aprendiera a vivir. La raza humana es la única en la naturaleza que no transmite ninguna información innata que vaya más allá de lo puramente genético. Carece de auténticos instintos. No durará mucho.
      Porque, ¿quién escribe la historia? Nunca los vencidos, los despojados, los sometidos. Por eso, por ejemplo, las guerras, cuando acaban y pasa el tiempo, dejan en la memoria colectiva un poso en el que se adivina el inconfudible sabor de la victoria: esfuerzo con recompensa, sufrimiento con premio, dolor que termina, que se olvida.
      ¡Qué distinta hubiera sido la historia de la humanidad si sólo se hubiera escuchado a los perdedores!»