miércoles, 8 de junio de 2011

Del cajón de-sastre

Conocer está al alcance de todo el que busca; encontrar, al de todo el que se esfuerza; y saber, al del que encuentra lo necesario para ser feliz. Pero ser sabio... No, intentar ser sabio no está al alcance de cualquiera que busque, ni de cualquiera que encuentre; ¡ni siquiera del que haya obtenido inteligente y práctico resultado de búsqueda!. Que llueva hacia el cielo, porque después de todo ser sabio es eso, imposible (a lo infinito es mejor ponerle la meta en el intento), consiste en interiorizar ese resultado en la propia vida, y saber aprovecharlo con la razón (en todos sus sentidos). ¡Y cómo cuesta! Ya se ve si cuesta. Una vida entera. ¿Y se consigue?
                           El búho, símbolo de la sabiduría.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Carta de desahogo.

Querido político:
           
Me dirijo a usted sin importarme cuál es su nombre, ni su partido político, ni su ideología –si es que la tiene–. ¿El motivo? Su ignorancia. Y su indiferencia.
Intentaré ser lo más clara posible. Me llega a mis oídos una noticia que, no familiarmente, sino humanamente, me afecta. Y no sabe usted cuánto.


Un muchacho tiene un hijo de ocho años. Y una mujer joven y con ganas de vivir. No tiene trabajo y se encuentra desesperado. ¿Se encuentra? No, señor. Ese hombre no se encuentra desesperado; ya no. Ese hombre, ser vivo y ser humano, ¡como usted, fíjese! Tenía un hijo de ocho años. Tenía una mujer joven con ganas de vivir; ya no las tiene. No tenía trabajo. Pero, ¿sabe usted por qué, cuando hablo de él, ya no conjugo sus acciones en presente? Porque se ha quitado la vida, señor. Muy desesperado, ¡y muy hundido! debe encontrase un hombre para creer, hasta acabar consigo mismo, que no puede salir hacia delante.
¿Le afecta, señor? ¿O mientras lee este andrajo de escrito está pendiente de otros asuntos? Yo sé que es usted un señor ocupado, de ello no tengo duda, señor. Ingeniárselas para robar a un conjunto, como es la sociedad, y que casi nadie se dé cuenta de ello, ¡debe de llevar mucho tiempo planearlo! Pero usted no se ve hundido, ¿verdad, señor? Lo ajeno, lo demás... ¿le importa, señor?
No le acuso de ser el culpable de que ese hombre, por no tener trabajo, haya decidido trasplantarse de esta Tierra injusta, donde le ha tocado brotar, a otra... Sólamente me gustaría que, por un momento, cuando tenga usted tiempo, por ''su-puesto'', imaginara ser ese padre que no supiera cómo alimentar a su familia y una de las ''soluciones'' que le rondaran por la cabeza fuera quitarse la vida.
¿Le gustaría morir, señor? (Seré atrevida por contestar por usted, pero tampoco creo que pase nada; usted lo hace por mí la mayoría de las veces). No, señor, no creo que usted quisiera morir.
Permítame usted, pues, ser más atrevida aún: tampoco él hubiera querido morir. Pero ese hombre no fue un señor político y la situación que aconteció no le tocó vivirla como espectador, sino como protagonista de la historia.

Es usted quien mira a su alrededor y piensa estar viendo a actores haciendo su papel. Es usted quien disfruta derrochando mientras hay personas (vuelvo a repetir, como usted), que derrochan lo más importante que puede tener el ser ''vivo'': la vida. ¿Por que no le hace falta, señor? Más bien porque le falta, pienso yo. 
                                            
                                                                                         Sin más, atentamente una persona que llora, no por lo que le parece, sino por lo que es (a pesar de quien no lo quiera ver).

viernes, 29 de abril de 2011

''Paso suicida''

[Escuchando de fondo el baile de palabras que me llevan lejos... Ha vuelto. Y no me ha decepcionado. Al contrario, cuando creía que podía decaer... llega. Llegas.]



Ayer entré en el despacho de mi padre y, curioso, me dispuse a buscar algo. Y digo algo porque, en realidad, no pretendía dar con un algo concreto. No me gusta dar con las cosas por búsqueda activa, sino que soy más de los que los hallazgos pasivos lo entusiasman más. Tras un rato merodeando, encontré algo que yo sabía que mis padres guardaban allí, pero en lo cual, hasta el momento, no había estado interesado en redescubrir.

Lo que encontré allí fue cintas de música. Sí, de esas que tenían dos agujeros pequeños, no más grandes que un paquete de tabaco. Recuerdo que por esos orificios uno podía introducir sus dedos de niño pequeño (mi padre, con sus dedos hinchados y muy trabajados, no podía hacerlo) y hacer girar la rueda. Girarla hasta un tope.Y después girar hacia el otro lado y ''rebobinar''. Si vivir fuera poder adelantar y atrasar acontecimientos a gusto del señor dedo índice...

Entre los ejemplares que encontré, estaban algunas de Manolo García, Mecano... Y fue entonces cuando imaginé a mis padres, de jóvenes. Y a sus amigos, vivos y ya no vivos; a los hijos pequeños de sus amigos, que ahora también son grandes, como yo, y también son los míos... El vello de mis brazos se levanta y hace reverencia a esos recuerdos. ¡Y qué grandes recuerdos!... y qué lejanos e inalcanzables.

Decidí llevarme aquellas cintas de aquel lugar, escondido y olvidado, y guardarlas yo mismo. Pensé que, cuando mis padres algún día fueran viejos, y sintieran que no tienen ganas de vivir, les pondría esa música. Les devolvería sus años felices, su juventud; les devolvería a sus amigos; la infancia de sus hijos. Cuando su cara haya sido invadida por los surcos de la vejez, me gustaría poder verlos sonreír evocando qué fueron, qué vivieron... Aunque entonces sólo puedan hacerlo con la mirada.

Me alegra saber que el Mundo avanza, y la ciencia y la tecnología con él. Pero me entristece pensar que mis hijos no me sorprenderán con una de esas cintas que guardan música. Y amores. Y muertes. Y sonrisas...

Y lágrimas.


viernes, 14 de enero de 2011

''Y perder, que no que no puedo pensar''

Aquella mañana, la niebla parecía haberse tragado la voz de aquel pequeño pueblo. Cuando salió a la calle, se sorprendió por el aspecto de la mañana. Ni siquiera en su reciente viaje a aquel país del norte había podido ver a gran pantalla aquel triste y tenebroso paisaje.
Pero a él le gustaba. Caminaba por la calle pensando que, por algún motivo, esa, precisamente esa mañana, todo el pueblo había poido quedar sumido en un sueño muy profundo. Y aún no había despertado. La idea de que podría estar deambulando solo por aquellas calles viajaba por cada uno de sus nervios, recorriendo todo su cuerpo, en forma de ilusión, de cosquilleo, de sonrisa.
Fue una chica joven quien lo hizo bajar de donde había subido, o mejor dicho, de donde había dejado volar su imaginación. Por más que se esforzaba en no darle mucha cuerda a sus pensamientos, al final siempre acaba prestándoles la libertad.
Aquella chica tenía el rostro pálido, pero no, no era fría; cierta calidez parecía emanar de ella. Tenìa ojos negros, rasgados. Ojos profundos. Era verdaderamente preciosa. Y su mirada lo atravesó hasta hacerle creer que se conocían.
Tal vez lo extraño fuese que esa mirada no estuviera tan equivocada. Sí, era ella. Había cambiado desde la última vez que la vio. Y le costó reconocerla. Tan sólo había algo que no había cambiado en ellos dos: en algún tiempo habían jurado ser agua... y sed. Y hasta el momento ninguno de ellos se había preocupado por saciar o ser saciado.