Bajo esta luz que me ayuda a
concentrarme en lo que ahora acontece, permanezco escuchando esa música que
escuchaba de pequeña. Mi padre la ha llevado en su coche desde que lo recuerdo.
En su primer coche, en el segundo, en el tercero…
A mí me gustaba escuchar esas
melancólicas canciones de desamor y angustia por la vida. Yo, que por entonces
tendría unos siete años —y un año más tarde ocho, y dos más diez, y así hasta
ahora— ni sabía de amor ni de lo que la vida iba y sigue yendo. Pero me
gustaba, me encantaba. Disfrutaba mirando por la ventana mientras los árboles,
los quitamiedos, lo de fuera viajaba a otra parte. Yo siempre viajaba
acompañada de la misma melodía. Yo no parecía cambiar de lugar, ni de ambiente.
Me emocionaba pensar que mi vida estaba reflejada en esas canciones, en esos
acordes de guitarra eléctrica, en esas voces andaluzas.